Hace un tiempo empecé a utilizar Obsidian para gestionar mis notas. Obviando como un gigallón de detalles que hacen que Obsidian sea una gozada, un almacen de notas no es más que un directorio con archivos de texto. Es decir, un candidato perfecto para tener una “sincronización de pobres” usando Git.
Uno de los flames más habituales cuando debato con otros programadores sobre dependencias en los proyectos es relativo al gatillo rápido que muchos parecen tener a la hora de añadirlas de manera indiscriminada. Personalmente suelo alargar bastante la decisión de añadir nuevas dependencias. No es que no quiera utilizar código de terceros a toda costa. Es sólo que prefiero analizar con detenimiento qué necesito y cómo podría implementarlo, en vez de simplemente buscar una librería que lo haga.
Conservo muy poco código “vintage”. Hace poco me llevé una sorpresa y encontré un fichero ARJ con el backup de un ejercicio de la universidad que creía que había perdido para siempre.
El software suficientemente bueno rara vez lo es. Es una triste manifestación del espíritu de los tiempos actuales, en los que el orgullo de un individuo por su trabajo se ha convertido en una rareza.
El software es difícil de desarrollar por varias razones: debemos averiguar qué hacer, hacerlo y asegurarnos de que se ha hecho correctamente.